Cuando un jugador decide cambiar de equipo, deja la comodidad, comodidad que a la larga hace más mal que bien. Y eso es de valientes. Porque cambiar de equipo es empezar de nuevo, es renunciar al equipo que te conocía, a la cancha que conocías, a los hinchas que te idolatraban, al vestidor donde siempre llegaba una palmadita conocida en la espalda al inicio o final del partido, igual que una puteada, pero de alguien conocido, de alguien que te quiere. Y ahí eres feliz. Pero la felicidad es efímera, quien la busca en el mismo lugar corre el gran riesgo de dejar de verla, porque así le sucede a las bonitas cosas que permanecen siempre en el mismo lugar. Tienden a pasar desapercibidas. ¡Jodida que es la costumbre!
Así que, cuando por fin decidas cambiar de equipo, entenderás que tendrás que entrenar más duro y horas extra, que pasaste de conocer a que te conozcan, que tendrás que aprender todo de nuevo, que no tan fácil te van a pasar la pelota, que hay tramos de la nueva cancha donde corre más rápido el balón, y así de rápido habrá que memorizarlos; entenderás que meter goles cuesta más y que la titularidad hay que ganársela. Siempre y a toda costa. Porque así en la vida como en futbol, sólo saliendo a ganarse la titularidad es que aprendes que la felicidad es como una pelota, siempre va a correr más rápido que tú y toca ir a alcanzarla, para patearla fuerte y repetir la dosis; porque a la felicidad nunca hay que dejarla en el mismo sitio, sólo si está adelante es que puede verse, sólo si está adelante te vas a atrever. Porque a veces cambiar de equipo es la única forma que tiene la vida (y el futbol) de comprobarte que puedes dejarlo todo, pero nunca dejarte a ti.
Es correcto hermano y la satisfacción que se obtiene es invaluable
Me gustaMe gusta