Los ídolos.

En la vida como en el futbol se necesitan ídolos. De los que no creemos humanos aunque lo son, de esos que sentimos que vinieron de otro planeta pero sangran como en éste, de los que un día hacen lo imposible y nos ponen a mirarlo en video cien, doscientas, millones de veces por los siglos de los siglos, amén.

Necesitamos ídolos siempre, de los que nos hagan creer que se puede ser diestro con la zurda y que se puede meter la mano en lo que se llama balonpié. Necesitamos ídolos porque necesitamos esperanza, sueños y entretenimiento. Porque los humanos somos básicos. Los humanos necesitamos ídolos porque sabemos de nuestra condición de mortales, porque necesitamos creer en algo que no podamos explicarnos.

Hoy se fue uno. Como diría Galeano, el más humano de los dioses. Se fue con todos sus defectos y nos comprobó que es mentira que los dioses son perfectos.

Aceptémoslo, hay que ser muy grande para lograr que al mundo se le pare el corazón un instante cuando el tuyo se paró para siempre.

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EL ABRAZO

En estos días, en estas horas extrañas en que se nos da por extrañar, he llegado a la conclusión de que la verdadera culminación del futbol es el abrazo; no, no es el gol como podría pensarse, el gol solo es un excelso pretexto. Es el abrazo. Imposible estallar de jubilo y algarabía sin abrazar.

El futbol y la vida está hecho de abrazos, pensémoslo. A la menor provocación en el campo y en la tribuna, se abraza, ni siquiera está confinado a los goles (confinado, qué de moda anda esa palabra por estos días; ni siquiera sé si debí utilizarla), se abraza cuando se ataja un penal, cuando un defensa saca en la raya de meta una pelota, en los goles, en el medio tiempo. Al final del partido. Se abraza cuando se gana. Se abraza cuando se pierde. ¡Qué magia tiene un abrazo para experimentar dos sensaciones opuestas de la misma manera! Abrazar cuando se pierde y cuando se gana, ¡qué magia la de los abrazos, carajo!, y qué paradójico resulta que el más democrático de los gestos hoy sea una amenaza y esté a punto de extinguirse junto con los rinocerontes blancos y las vaquitas marinas. Qué miedo da que se extinga, que no vuelva de la misma manera cuando vuelva todo a la “normalidad”. Da miedo que el abrazo se vuelva miedoso y la distancia se perpetúe como un hábito, que la expresión más humana y solidaria ya no regrese. Poca cosa no es.1529253537_930758_1529253740_noticia_normal

Así que por favor, mucho cuidado con eso humanos, para que cuando todo esto pase, cuando la urgencia amaine y volvamos a sentirnos libres, no olvidemos rescatar el abrazo. Haciéndonos sentir que durante todo este tiempo no sólo extrañamos querer si no que aprendimos a querer mejor. Que la próxima vez que abracemos parezca la primera vez. Porque si algo nos ha enseñado tanto la vida como el futbol es que los abrazos sirven para decir gracias, te amo, cuenta conmigo, te extrañé, me haces falta. Porque solo el abrazo es capaz de decir lo que no dice la lengua.

Cuando todo esto pase, rescatemos el abrazo y digámonos mucho sin decir palabras.

EL SEGUNDO TIEMPO.

Si la vida fuera un partido de futbol, duraría setenta y nueve años. 79. Con letra y número. Setenta y nueve. Esa es la estadística, el promedio de un ser humano en nuestros tiempos, y por honor a esa estadística, llega una edad en que sacando matemáticas te das cuenta que ha comenzado el segundo tiempo. Pita el árbitro y toca patear el balón desde el centro de la cancha hacia atrás, siempre hacia atrás, esto por regla general tiene todo el sentido, antes de ir para adelante se tiene que ir para atrás, es la mejor forma de decirse a uno mismo, “venga, vayamos con calma que hay prisa”. Y saber que de ahí en adelante toca improvisar, porque ya no habrá charla técnica, ni tiempo para pensar que nos queda tiempo, nos cambiaron el tiempo de descanso por tiempo de descuento, (si bien nos va).

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El segundo tiempo no sé si es mejor que el primero, pero es el que queda y toca jugarlo con la ventaja de que la historia ya esté un poco escrita, pero sin importar eso, hay que salir a hacer goles, el futbol fue creado para hacer goles (no es casualidad que goal signifique meta en inglés). Empiezo a creer que el segundo tiempo está hecho para ubicarnos; porque en estas instancias ya todos sabemos que la gente se va, metafórica y existencialmente, se va. Ya sabemos que nos toca convivir más y frecuentemente con los doctores, que la gente cercana enferma, enfermamos. Que no siempre vamos a tener la pelota de nuestro lado. Vivimos con un pie en la nostalgia y otro en el futuro. El cuerpo empieza a rendir menos, a pasarte factura del primer tiempo. Y todo bien desde aquí, desde el comienzo del segundo tiempo, desde aquí sólo me abstengo a seguir algunas recomendaciones que escuché de los que ya se les acabó el partido, ésos, que con la experiencia a cuestas alguna vez me dijeron “juegues o no juegues, el partido se va acabar”, y qué razón tenían.

“Patea fuerte, pero nunca malintencionado, las puertas de la vida se abren a patadas no a súplicas”. “Aprende a disfrutar el juego, si lo padeces ya vas perdiendo”. “Provoca más alegrías que tristezas, las últimas llegan solas y si les das cabida, cada vez serán más frecuentes”. “Se goza de tener el balón, pero se goza más repartiéndolo”. “Nunca hagas tiempo, es innecesario, porque el tiempo es eterno, tú no”. “Los goles de último minuto valen el doble, no los sabes hasta que los anotas”. “No te quedes con las ganas de nada, que a los moribundos les llegan las ganas de vivir justo cuando ya no les queda vida”. “Y al final, el marcador no importa tanto, sólo es un invento para jugar lo mejor posible”.

Por eso y más, creo firmemente que el segundo tiempo tiene la perfecta analogía de salir a morir, así que toca tener bien presente cada minuto una regla de oro: Así en la vida como en el futbol nada está escrito; una expulsión, salir de cambio, una fractura de tobillo o hasta una tormenta puede venir a suspender tu partido antes de lo previsto. Mas nos vale no posponer los goles para el final, que del final lo único que se sabe es que llega.

Bienvenidos todos los que están en el segundo tiempo de la vida, vayamos con calma que hay prisa.

Ganarse la titularidad.

Cuando un jugador decide cambiar de equipo, deja la comodidad, comodidad que a la larga hace más mal que bien. Y eso es de valientes. Porque cambiar de equipo es empezar de nuevo, es renunciar al equipo que te conocía, a la cancha que conocías, a los hinchas que te idolatraban, al vestidor donde siempre llegaba una palmadita conocida en la espalda al inicio o final del partido, igual que una puteada, pero de alguien conocido, de alguien que te quiere. Y ahí eres feliz. Pero la felicidad es efímera, quien la busca en el mismo lugar corre el gran riesgo de dejar de verla, porque así le sucede a las bonitas cosas que permanecen siempre en el mismo lugar. Tienden a pasar desapercibidas. ¡Jodida que es la costumbre!

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Así que, cuando por fin decidas cambiar de equipo, entenderás que tendrás que entrenar más duro y horas extra, que pasaste de conocer a que te conozcan, que tendrás que aprender todo de nuevo, que no tan fácil te van a pasar la pelota, que hay tramos de la nueva cancha donde corre más rápido el balón, y así de rápido habrá que memorizarlos; entenderás que meter goles cuesta más y que la titularidad hay que ganársela. Siempre y a toda costa. Porque así en la vida como en futbol, sólo saliendo a ganarse la titularidad es que aprendes que la felicidad es como una pelota, siempre va a correr más rápido que tú y toca ir a alcanzarla, para patearla fuerte y repetir la dosis; porque a la felicidad nunca hay que dejarla en el mismo sitio, sólo si está adelante es que puede verse, sólo si está adelante te vas a atrever. Porque a veces cambiar de equipo es la única forma que tiene la vida (y el futbol) de comprobarte que puedes dejarlo todo, pero nunca dejarte a ti.