Respirar hondo.
Dos, tres, cuatro veces.
Cerrar los ojos, pensar en algo lindo.
Relajar la mandíbula y la mirada.
Salir corriendo a todo galope.
Caerse.
Levantarse.
Caerse.
Levantarse.
Caerse.
Lesionarse. Salir de cambio.
Llorar, berrear, sentir que todo está perdido.
Putear la injusticia. Aceptar que tal concepto no existe.
Creer ver el final, pero el final no llega.
Aún.
Regresar por lo perdido. Perder. Empatar. Ganar.
Volver a perder y aprender a saborear los fracasos para cuando vengan las glorias.
Descansar. Saber descansar. No ir tan a prisa.
Golpear fuerte pero nunca malintencionado.
Una amarilla.
Dos. Salir expulsado.
Anhelar el regreso.
Morirte de sed.
Matarte en el campo.
Llorar al inicio y al final.
Abrazar de euforia cuando se gana con la misma intensidad que se abraza de tristeza cuando se pierde.
Gritar hasta quedarse sin voz.
Romperse hasta quedarse sin nada.
Pelear todas las veces que sean necesarias con el resultado en contra.
Dejarse la piel en cada minuto.
Y cada minuto recordarnos el alba.
El pitazo final.
La resignación del resultado.
Respirar hondo. Muy hondo.
Dejar salir el último aliento.
Irnos felices con el deber cumplido.
Parece nada, pero lo es todo.
Parece futbol pero es la vida.
Y la vida en lo hermosa que es, cómo se parece al futbol.
