El festejo de las derrotas.
En la vida (y en el futbol) nadie quiere perder pero igual perdemos y hay que perder mucho para hallarle el gusto a las derrotas, porque en las victorias cualquiera te abraza, cualquiera te besa, cualquiera te acompaña y se hace presente. Las victorias están hechas de gozo instantáneo, las derrotas de aprendizajes póstumos. En la victoria se estimula el ego, en la derrota se forja el carácter.
Las derrotas son solitarias, ciñen la piel y contraen el pecho.

Hay que perder mucho para entender que también deben festejarse, porque si nos ponemos atentos, son ahí donde entendemos que vivimos más perdiendo que ganando, no como un bálsamo para solventar el pesimismo si no como un tónico para valorar lo que se tiene.
En los últimos días he perdido mucho y sin saber muy bien cómo. Todo estaba bien y mi instinto empieza a susurrarme al oído que el “todo está bien” es el diagnóstico más engañoso. En menos de cinco días he perdido parte del ego y la vanidad. Me aceptado frágil como todo ser humano. He revalorado las pequeñas cosas, esas que no se ven hasta que se van. He puesto en una balanza los sorbos de vida bien vivida. Para eso sirven las derrotas, supongo, para poner perspectiva. Entre tú y tu alrededor. Y cuánta falta hace perder de vez en cuando.
La derrota sirve que para que te vuelvan las ganas.
Perdiendo, que obviamente significa ausencia, es que aprendemos a volver a querer tener lo que un día se tuvo.
Por eso tanto en la vida como en el futbol, hay que perder mucho para entender que las derrotas también deben festejarse. ¿Saben por qué? Porque si la vida te da revancha y te permite volver a ganar, ahí te encargo el gozo que va a ser eso.
Ningún manjar sabe a manjar sin antes conocer el hambre.