Cuando no se tiene la pelota.

La principal frustración del futbol es que se juega con una pelota y el 95% de lo que dura el partido no la vas a tener. Javier Aguirre, técnico de la selección mexicana en 2002 y 2010 sacaba una básica regla de tres que enunciaba más o menos así: «Un partido dura 90 minutos y hay 22 jugadores en la cancha, por honor a la estadística, cada jugador (si bien le va) tendrá 4 minutos la pelota. Lo que hay que hacer en esos 4 minutos, está claro. La verdadera incógnita es qué se hace todo el tiempo restante que no se tiene”.

Y es que cuando se tiene la pelota puedes pasarla, patearla, quererla y si te atreves, recogerla del fondo de la red, tomarla con las manos y besarla. Nuestra infelicidad viene de haber aprendido que sólo se puede ser feliz cuando se tiene la pelota y ser todo lo demás cuando no se tiene. Nos condenaron a quererla siempre y a sufrir por no tenerla. Y así se nos va el partido (y la vida), angustiados, correteándola, viendo como alguien más le  acaricia.

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Lo que nadie te dice, lo que no está escrito en ninguna parte, es que el tiempo restante (que dicho sea de paso, es la mayoría del tiempo) sirve para disfrutar el paisaje, para correr desbocado, para cansarte de jalarle la camiseta a la vida, para pegarle un codazo cuando el árbitro no te ve, para desgañitarte de pedir el balón sin importar si te lo pasan o no, incluso sirve para descansar. El tiempo restante, sirve para aprender que la felicidad se trabaja, para que cuando nos llegue, aunque sea por poquito tiempo, sepamos qué hacer con ella.

Porque no hay cosa más infeliz que ser feliz y no saberlo.

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La remontada (del terremoto).

Hay una máxima en el futbol que reza: El 2-0 es el marcador más engañoso que existe. Y lo es, debe de serlo, porque hoy más que nunca quiero creerlo, debemos creerlo. Un terremoto de 7.1 escala Richter sacudió a México el pasado 19 de septiembre, una fecha que se convirtió cabalística por ser la misma en la que hace 32 años nos sacudió con mucha violencia otro terremoto.

Este es el segundo. 

Y siempre es doloroso recibir un segundo gol, porque te pone al borde de la goleada, del abismo y si se cae, se vuelve más sinuoso el regreso, pero aún perdiendo hay esperanza. Eso nos enseña el futbol (y la vida), porque jugar de local cuenta y cuenta mucho, y creo en la remontada. De ésas épicas, de ésas que se cuentan en otros 32 años a los hijos y nietos, que se vuelven leyendas, que está llena de lágrimas de emoción y coraje; que se quedan para siempre en la memoria de todos. De ésas que no nos vamos a cansar de poner de ejemplo diciendo: «Buen futbol el de antes, cuando todo parecía perdido y vinimos de atrás para hacer la remontada».

https://youtu.be/FRUXmzIsyjU
¿Que porqué creo en la remontada?

Porque contamos con el mejor equipo, con cambios de lujo, la mejor afición en la cancha y fuera de ella (Porque los que apoyan desde lejos también empujan). Porque somos incansables, valientes, veloces, creativos y medio mañosos. Sí, mañosos, ese adjetivo que suena feo pero es el que mejor define al que resuelve con atajos y mañas lo que alguien le dijo que así no se resolvía. Creo en la remontada porque no se para de cantar el Cielito lindo en los puntos de rescate. «Ay, ay, ay, ay, canta y no llores, porque cantando se alegran, cielito lindo los corazones». Porque el mexicano tiene esa gran costumbre de no dejar de cantar hasta cuando se va perdiendo, porque entendió que también de dolor se canta y es la manera más hermosa de llorar.

Creo en la remontada, porque jugamos muy bien en todas las líneas, porque estamos plagados de cracks, en estos días conocí a varios de primera mano que es un deleite verlos jugar dando pases precisos y preciosos al pie y al pecho (o la mano). Hay que mostrarle al mundo que las «Manos de Dios» son éstas que no se cansan de anotar goles y que se dan aquí, en tierra Azteca, ¿en dónde si no?. Tenemos la mejor cantera y tenemos fe en nosotros mismos que no es poca cosa. Vamos a sacar el resultado, y no, no estamos pensando en el empate. Vamos a ganar por goleada, estamos trabajando para hacerlo. 

Para que en algunos años, miremos para atrás y sin temor a equivocarnos le contemos al mundo que en 2017 tuvimos la mejor selección mexicana de nuestra historia. Jugaba tan bonito, que aún sin ser mexicano, querían verla ganar.
Y ganaremos, nos lo prometemos. 

Hacer los cambios a tiempo.

Gran parte del éxito del futbol (y la vida) consiste en saber encajar los cambios en el tiempo. Un cambio de ritmo o de juego, un cambio de jugador o de técnico, un cambio de estrategia o de táctica, un cambio de look o un cambio de equipo, un cambio de vida o muerte, un cambio. Los cambios son importantes siempre, pero más importante es saber cuándo hacerlos, ahí está el secreto del éxito. El tiempo es sabio y bien manejado juega a favor y eso es lo que todos deberíamos de saber por poco que sepamos.

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En el mundial del 94, México (quizá con la mejor selección que se ha tenido) llegó a octavos de final contra Bulgaria, un equipo que parecía asequible en el papel, sin embargo sorprendieron con un gol tempranero y diez minutos más tarde el tricolor empató de penal. El partido volvía a estar como al principio y la selección nacional mostraba jerarquía, parecía estar todo bajo control nuevamente, el mayor de los engaños, “parecer estar todo bajo control”, algunos le llaman la zona de confort. Ese empate se extendió a tiempos extra y el técnico con un ataque de dudas, no se atrevió a hacer un solo cambio, ni uno solo, el miedo pudo más, dejando en la banca a Hugo Sánchez, el delantero más letal que ha dado México. De los tiempos extra pasaron a los penales donde finalmente perdieron irremediablemente. El técnico tuvo que cargar con esa pesada loza. No hacer los cambios a tiempo había cobrado la factura más hija de puta, la del “qué hubiera pasado”.

En la vida (y el futbol) siempre habrá“casualidades”, síntomas, padecimientos, enfermedades y todas ellas son señales, señales que empujan, que muerden, que hacen aspavientos, por eso se recomienda andar por ahí bien atento haciéndoles caso, con un ojo a la pelota y otro al rival, con una mano en la urgencia y la otra en la puerta. Nunca se sabe cuándo hay que salir corriendo de lo que ya no te hace feliz. Porque hay leyes que se cumplen por encima de las voluntades, por encima de las terquedades de disimular que todo está bien, por encima de aferrarse a la zona de confort donde a veces, ya no hay nadie mas que nosotros. Esas leyes, sabias que son, nos enseñan que el tiempo sólo puede brindarnos dos tipos de destino, el fijado y el aceptado, es por eso que si no cambias la vida, la vida te cambia. Irremediablemente.

Por eso la única manera de no pagar la factura del “qué hubiera pasado”, es empezar por aprender que los cambios hay que hacerlos a tiempo.

Amarrar el empate.

Cuando se sale a la cancha tienes asegurado el empate, la mayoría de las veces cuando se viene a la vida también. Sin embargo hay excepciones, y de esas deberíamos de aprender, de cuando alguien llega a la vida perdiendo por uno o dos goles y se va ganándolo, a veces hasta por goleada. Sin embargo, todavía hay por ahí gente que prefiere amarrar el empate. Huye de ellos. No hacen bien ni por asomo. Huye de los que tiran “el camión atrás” como normalmente se estila decir, esos son los chatos de alma y de ilusiones. Esconden su mediocridad disfrazada de estrategia. Huye de ellos, son contagiosos. Pueden acabar convenciéndote. Huye de ellos, se creen sus mentiras pronunciándolas como verdades.

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Faltándole el respeto al principio básico del futbol que es salir a ganar siempre, porque nadie va a un estadio a gritar un cero a cero, ni a la vida a quedarse quieto. Porque debería estar prohibido querer ganar mendigando oportunidades. Dejándoselo al azar.

Jugar a amarrar el empate es lo más engañoso que existe porque es aceptar un marcador mediocre, nunca aceptes. Y es mediocre porque no se tiene que hacer nada y si no haces mucho, con un poco de mala suerte, el partido y la vida se acaban igual, porque los partidos y vidas más tristes son precisamente en las que no pasa nada. Y si a eso venimos es mejor que no hubiéramos llegado.

La próxima vez que alguien te sugiera no arriesgar, que así está bien, que si arriesgas puedes recibir gol en contra, que es mejor amarrar el empate, compadécelo, porque esa persona en realidad no le tiene miedo a perder, le tiene miedo a ganar. Y esos son los más peligrosos. Compadécelo, pero huye de ellos, por tu bien, el del futbol y el de la vida.

El contragolpe.

El contragolpe en el futbol es lo que se le conoce como la revancha en la vida. Siempre viene precedido de una jugada de peligro en propia área, cuando tienes a los once metidos atrás y rezas para que no te metan gol; puede ser un tiro de esquina en contra, un tiro directo, incluso ha habido veces que viene de un penal atajado. Imagínate eso, ¡Un penal atajado! La gloria puesta en el escenario más dramático. Así es el futbol, así es la vida.

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El contragolpe no es más que una serie de eventos afortunados cuyo desenlace no siempre es la gloria. Es sólo una posibilidad. Es lo más parecido a juntar fuerza, voluntad, coraje, ventaja y rapidez que con la suerte precisa se le añade certeza para coronar el gol.

El contragolpe sabe distinto, porque anotar viniendo de atrás siempre sabe mejor, tal vez sea por esa rara condición humana bipolar de no concebir infierno sin gloria o tal vez sea por las disposiciones biológicas de dotarnos de un mecanismo de defensa el cual genera más adrenalina en condiciones adversas. Yo soy de los creyentes que un gol de contragolpe son de las jugadas más hermosas que tiene el futbol porque sí o sí, son de las más futboleras, lo tienen todo, se necesita atravesar todo el campo de juego, corriendo a todo galope para mantener la ventaja (sólo así se le gana a la vida), mirar siempre para adelante, sin el lujo de poder fallar un solo pase, dejando desparramado a uno que otro defensa indefenso y venciendo al guardameta guardando en la meta el balón. Cuando eso suceda, cuando tengas en tus manos (o tus pies) la posibilidad de revancha y la consigas, festeja, llora, ríe, híncate, abraza, pero sobretodo memoriza un principio básico del contragolpe: ninguna revancha se concreta solo, hay que jugar con la gente adecuada, gente que comparta las mismas ganas, la misma hambre y el mismo reto.

Yo soy de los creyentes que creen que en la vida (y el futbol) siempre se debe de jugar en equipo, porque quien juega en equipo multiplica las alegrías sabiendo que el gol de uno es el gol de todos.

Los hacedores de autogoles

Meter la pelota en propia puerta es tal vez de los actos más desafortunados que existen, pero no sólo desafortunados, también más injustos y dolorosos. Los autogoles son una máquina demoledora porque aunque el equipo completo sufra tal desdicha, jamás se compara con el daño interior de quien lo provoca. Están hechos de dolor, de la materia con que se han hecho los cuchillos más afilados. Porque no hay sufrimiento más entero que la decisión que intentas que te salve la vida es la misma que acaba quitándotela.

Iceland v Hungary - EURO 2016 - Group F

Por eso, en la vida rodéate de la gente que ha hecho muchos autogoles, de ellos hay que aprender; porque los goles, con un poco de suerte, los hace cualquiera, pero los autogoles no, esos son de los valientes, son de los grandes, son de los audaces, de los que sin temor se lanzan en el área chica sabiendo el riesgo que corren si no despejan de lleno ese balón. Rodéate de ellos, que son los únicos que te pueden contar cabalmente lo hermoso que es el futbol (y la vida). No les creas a nadie más. Sólo ellos pueden entender el dolor que provoca la buena intención. Sólo ellos sabrán narrarte con un nudo en la garganta lo peligroso de una rápida decisión. Así que búscalos, encuéntralos y apréndeles lo suficiente hasta que te conviertas en uno de ellos, porque sólo los hacedores de autogoles saben portar con orgullo heridas profundas, que con el tiempo adecuado, forman el carácter correcto. Y quien se sigue lanzando en el área sin temor de meterla en propio arco (o a pesar de ello), ha entendido más de la vida y el futbol que todos. Conviértete en uno de ellos. Esa gente, los hacedores de autogoles involuntarios son los que nos enseñan que el campo de juego está hecho para jugársela siempre, porque no hay mayor satisfacción que la de morir con el deber cumplido.

Y a eso venimos, a morir con la suerte echada de por medio, pero con la voluntad intacta.

Patada al tobillo

El principio básico del futbol consiste en conducir la pelota hasta el marco rival y hacerla pasar por debajo de los tres palos, eso es todo. Pero ese principio básico implica tomar la pelota y atreverse a driblar. De eso va el futbol (y la vida), driblar. Que no es otra cosa que eludir cada obstáculo de la mejor forma posible para que lleguen los dos juntos, porque de nada sirve que solo pase uno. Las pelotas huérfanas de dueño no tienen vida y los jugadores huérfanos de pelota tampoco. Así que a sabiendas que ambos se necesitan, se empiezan a querer y a entenderse, pero toda querencia implica un riesgo, el riesgo de que algún ufano rival barra directo al tobillo y nos deje sin pelota, o peor aún, se haga de ella.

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Cuando esto suceda (que seguro sucede porque el futbol está lleno de probabilidades, imposible escapar de ellas), vas a llevarte las manos al tobillo golpeado e inevitablemente caerás. El dolor (pasajero siempre) te impedirá seguir con la pelota, algunas veces será tan fuerte, que no vas a poder levantarte de inmediato, incluso tendrás que salir del campo de juego, otras más, las consecuencias serán tan graves que te ocasionarán una lesión que te lleve días, semanas o hasta meses.

Pasado ese dolor, regresarás al campo de juego con más hambre de gol y te volverás más cauteloso, pero también más atrevido; porque sólo puede llamársele valiente a quien conoce el dolor y aún así tiene el valor de desafiarlo.

Y es así como cada patada en el tobillo provoca una caída y caerse es la forma más sabia y dolorosa que tiene el futbol (y la vida) para enseñarnos que aún estando en el suelo se debe voltear hacia arriba. Y desde ahí recordar que todo lo que se enseña con dolor no se olvida.

El partido se va a acabar.

El futbol son de las cosas que no se deben tomar muy en serio, por ahí escuché una de las más acertadas definiciones que se le puede hacer a este hermoso deporte, la dijo Valdano, el filósofo: “El futbol es lo más importante de lo menos importante”.  Un traje a medida sin duda. Y es que debería estar penado entrar enojado al campo de juego, ya sea como jugador, aficionado, técnico o el poli que se para entre una y otra barra por si algo sale mal. Si entras enojado deberías de entrar con una amarilla por default. Por que al campo de juego se debe ir con alegría, con una felicidad desbordante, que ahí es donde pasa todo, lo bueno y lo malo, lo curioso para los que viven de las estadísticas, lo asombroso para los que no creen en dios y lo temerario para los que no le tienen miedo a la inmortalidad.

No hay alegría más plena que la de un árbitro pitando el inicio del juego, es un gozo indescriptible, lo tienes todo por delante, ¡cómo no estar feliz!. Es lo más parecido a la sensación de saber que estás a punto de hacer el amor y ahí se vale todo, porque aunque no se diga, se sabe.

ITALIA VS ESPANA

Invéntate cualquier jugada, no te guardes nada, que el partido te da de todo, no lo dudes. Ya habrá tiempo de pedir perdón si fallas, recuerda que el corazón es el que manda siempre. Por eso cuando la vida te sorprenda a mitad del partido, cuando finalmente entiendas que ya estás jugando sin pedirlo, no olvides estas sencillas recomendaciones, puede que te hagan falta.

Pase lo que pase, nunca pierdas la sonrisa.

Nunca reclames, la justicia es caprichosa, no pierdas tiempo en tratar de entenderla.

Entra fuerte al balón pero nunca malintencionado.

Cada vez que puedas, intenta una genialidad, siempre habrá alguien en algún rinconcito de alguna grada que lo agradezca.

Juega para adelante siempre, los goles más valiosos son en la portería contraria.

Pide el balón todo el tiempo y pásalo cada vez que puedas, la felicidad también viene de compartir.

Celebra igual un gol que una salvada en contra, ambos lados de la moneda son igual de importantes.

Nunca subestimes al rival, pero sobretodo, nunca te subestimes a ti mismo.

Recuerda que aquí hay rivales no enemigos, a los primeros se les vence a los segundos se les ignora.

Llegado el momento, te darás cuenta que el marcador es lo de menos, porque la alegría de jugar es un acto de amor que se justifica a sí mismo.

No importa cuántas alegrías y tristezas te dé el futbol (o al vida), ten siempre presente por sobre todas las cosas, que ningún partido es para siempre y quien tiene claro eso, ya empezó con gol de vestidor a favor.

El partido, nos guste o no, se va a acabar my friend y como esto no es de gustos, más vale que nos guste.

Cuando la pelota no quiere entrar.

Va haber muchos días en la vida en que vas a levantarte con el pie izquierdo, salvo que seas zurdo de pie aquello no va a ser una bendición. Reza el dicho que en un día como esos es mejor no haberse levantado, porque esos días y noches siempre acaban en tragedia, como aquella del 99 que a Palermo se le negaron tres goles, fallando tres penales. Estadística histórica. Ejemplos sobran para constatar que hay reglas ininteligibles en el universo, caprichosas, con otra lógica, que rebasan cualquier entendimiento; porque cuando una pelota dice no, es no. Y no existe, por mucho que se intente encontrar la física, no existe forma alguna de cambiar esa negación. Hay que saberlo y respetarlo. Sin embargo, nunca sucede que por mucho que lo sepamos, lo respetemos. Al contrario, pareciera que entre más lo sabemos, más incautos nos volvemos. Y ahí vamos por la vida, aferrados. Pateando un destino que ya no nos pertenece, alimentando una boca que ya es de otro, regando un jardín en otoño, estirando el cuello cuan largo es para conectar la pelota y ver cómo se estrella en el travesaño en una parábola indescriptible para el físico más avezado.

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Porque queriendo y no, hay veces en el futbol (y en la vida) que la pelota no va a entrar. Nunca. Por más que le susurres piropos, por más que la sobornes con lindas caricias, por más que le prometas amarla y respetarla por los siglos de los siglos, por más que te inventes una deuda que te debe, por más que le supliques una caridad, por más y más. Escúchalo bien. De todas las verdades que se han inventado en este mundo hay una que es irrefutable: Cuando la pelota dice No, es No. Y después de eso sólo nos quedará el sentimiento más despiadado e impotente para el ser humano, la resignación. Y cuando llegue, aceptarás que hay batallas que está bien perder, porque perdiendo es la única forma en como algunas cosas se ganan, la humildad, la sensatez, la resistencia, la madurez, el amor propio.

La próxima vez que te descubras en uno de esos días, no insistas, cuando la pelota no quiere entrar en el arco, tal vez sea porque ella conoce algo que tú no. Y en una de esas, con un poquito de tiempo y de paciencia descubras que hay goles que no eran para ti. Llegado ese día, (créeme que llega) comprenderás que con la pelota no se pelea, a la pelota sólo hay que quererle, porque por más caprichosa que parezca, siempre, siempre tiene la razón.

Mandar al portero a rematar.

¡En qué situación tiene que ponerte la vida para mandar al portero a rematar!

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En definitiva, tienes que estar con un marcador adverso, tiene que ser el último minuto y tienes que sacar el resultado como sea. Imagínate los factores que se tienen que cruzar para estar en tales condiciones, pero por muy contradictorio que parezca, cuando te suceda esto, agradece. Porque no hay acto de fe más suicida ni más desesperado que mandar al guardameta a que haga un milagro. Y los milagros suceden, no siempre, pero suceden y suceden porque se provocan, porque te provocan y ahí el sabor de la gloria se vuelve épico, histórico. Hay batallas que no ganan una guerra pero su sabor de victoria es para siempre. Como cuando Moisés Muñoz hizo aquel gol del empate frente al Cruz Azul en la última jugada para darle en penales el campeonato al América y pasó de la tristeza a la alegría en un santiamén, porque en el futbol (y en la vida) da lo mismo perder por dos que por tres. Cuando te digan que eres un soñador, manda al portero a rematar, cuando te nieguen el sí por segunda, tercera, quinta vez, manda al portero a rematar, cuando te digan que no naciste para esa profesión, manda al portero a rematar, cuando estés a punto de separarte, manda al portero a rematar, cuando te diagnostiquen enfermo, cuando digan que te quedan pocos días de vida, manda al portero a rematar. Porque lo bueno de perderlo todo es que también se pierde el miedo y a veces quien ya no tiene nada que perder está más cerca de ganarlo todo.

Y como dicen por ahí, el último minuto de juego también tiene sesenta segundos, así que la próxima vez que tengas el marcador en contra, la pelota a favor y sientas que se te acaba el tiempo. Nunca dudes. No lo pienses. Manda al portero a rematar. Siempre.